Momentazo revival. Además de estar en racha de escuchar sin pausa la banda sonora de mis 16 años (como esto, mother-of-the-beautiful-love), he hecho estas rosquillas de pan de Segovia del ínclito cocinero segoviano Dionisio Duque, de cuyas andanzas os conté aquí. Allá por la Edad Media compraba unas deliciosas rosquillas que vendían en el mercado de Fuencarral, Madrid, con la consistencia del pan candeal. Eran adictivas. Nunca supe de dónde venían, no me interesaban esas cosas entonces, pero han pasado 22 años y aún me acuerdo de ellas. Vamos, que hay gente que no me ha dejado tanta huella como las rosquillas alucinógenas.
Es lo que tiene tener ya cierta edad, que el revival empieza a ocupar sitio en tu vida. Haces cosas de las que hacías, o que te recuerdan a algo pasado. No es bueno ni malo, es-lo-que-hay. Así que cuando vi el nombre rosquillas de pan en el recetario me dije: igual se parecen a mi recuerdo. Craso error, querida. Nada real es nunca, jamás, como los recuerdos, parece mentira que no lo sepas a estas alturas de película… Monina.
- 6 huevos
- 210 g de azúcar
- 200 g de manteca de cerdo
- 700-720 g de harina floja
- 1 chorrito de anís
- 3-4 gotas de esencia de anís (facultativo)
- Se baten los huevos con el azúcar hasta que éste se disuelva, no hace falta que espumen mucho.
- Se añade la manteca de cerdo ablandada, y se sigue batiendo hasta que esté más o menos homogéneo. Se agregan entonces el anís y la esencia, si se usa.
- Se va añadiendo la harina poco a poco, sin dejar de batir, hasta conseguir una masa suave que apenas se pegue a los dedos. Se deja reposar una hora.
- Se calienta el horno a 185º (con aire) / 205º (sin aire).
- Se toman pedazos del tamaño de una mandarina (maomeno) y se forman las rosquillas, que deben ser grandecitas. Se van colocando sobre láminas de papel de hornear.
- Se cuecen en tandas unos 15 minutos y se pasan a una rejilla a enfriar.
Me costó un poco aquilatar la temperatura del horno, porque la receta es de esas que no indican el tiempo y que dicen “cuézase a horno moderado”… ya. Qué bonito, cuánta exactitud. Tampoco sé por qué las llaman rosquillas de pan, igual antaño se hacían con masa de pan, como muchas cosas. Pero no queda rastro de ello.
¿Se parecen estas rosquillas a las que yo tomaba cuando era joven y bella? No demasiado, pero están igualmente buenas. Son crujientes, nada grasientas y con un rico gusto a anís. Te ahorras freírlas en sartén, que en ciertos momentos se agradece. Y vienen muy bien para tomar con este fresquito recién llegado que me tiene tan requetefeliz, mirando la lluvia por la ventana con una taza de café en la mano y buena compañía. Ah, oh, uh.
Por cierto, que sepáis que he empezado a colaborar con la celebérrima María Lunarillos en su remozado blog, con unas jefas y unas colaboradoras de lujo. Gracias por invitarme a tu casa, María, y a Pam por pensar en mí, eres una crack. Así que ahora me podréis encontrar no solo por aquí con la bata de boatiné y los rulos, sino también en casa de María, un poquito más peinada y presentable.
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